sábado, 17 de octubre de 2015

"UN ANGEL LLAMADO MAMA" "Feliz día de la Madre"

UN ANGEL LLAMADO MAMA

                            

Cuenta la leyenda que un angelito estaba en el cielo, cuando Dios, lo llamó y le encomendó una misión, con dulce voz le dijo, tendrás que ir a la tierra y nacer como los humanos, serás un pequeño niño y crecerás hasta llegar a ser un hombre.

Espantado el angelito, preguntó, pero Señor, ¿cómo haré para vivir tan pequeño e indefenso, quien me cuidará?

- Entre muchos ángeles escogí uno para ti que te está esperando y te cuidará.

- Pero dime, aquí en el cielo no hago más que cantar y sonreír, eso me basta para ser feliz…

- No te preocupes, tu ángel te cantará, te sonreirá todos los días y tú sentirás su amor y serás feliz.

- ¿Cómo entenderé lo que la gente habla si no conozco el idioma de los hombres?

- Tu ángel te dirá las palabras más dulces y más tiernas que puedas escuchar y con mucha paciencia y con cariño te enseñará a hablar.

- ¿Y qué haré cuando quiera hablar contigo?

- Tu ángel juntará tus manitas y te enseñará a orar y podrás hablarme…

- He oído que en la tierra hay hombres malos, ¿quien me defenderá?


- Tu ángel te defenderá a costa de su propia vida.

- Pero estaré triste ya que no te veré más.

- Tu ángel te hablará siempre de mí y te enseñará el camino para que regreses a mi presencia, aunque yo siempre estaré a tu lado durante todo el tiempo que estés entre los hombres.

El angelito ya empieza a escuchar las voces que venían de la Tierra y atemorizado y con lágrimas en los ojos, dijo…

Dios mío, dime por lo menos el nombre de ese ángel que me cuidará,…

“Su nombre no importa tú, le llamarás MAMÁ”...Que Dios te ilumine para saber guiar a tus hijos..asi sea,asi es, asi sera...siempre con AMOR
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viernes, 16 de octubre de 2015

"Sueños del amanecer"


Sueños del amanecer



Giro la cabeza una vez más. El viento acaricia mi cara, mi cuello. Es un viento fresco, típico del otoño, que recorre todo mi cuerpo como un amante desesperado… Pero como el amante desesperado que resulta ser, me cansa ante tanta insistencia. Mi nariz y mis mejillas deben de estar rojas como el cielo del atardecer que se confunde con las hojas de los árboles, teñidas de sangre. Apresuro mi paso por el Parque Maruyama. Está anocheciendo y aunque me siento segura en esta ciudad, nunca está de más tomar precauciones. Sin embargo, no puedo evitar pararme de vez en cuando para disfrutar de la espectacular vista de colores del parque. Las hojas momiji en su máximo esplendor: rojos, violetas, naranjas, amarillos y marrones se pelean para atraer la atención del paseante y es esta guerra de colores, de intensidades, la que tanto placer da a la vista. Un placer que sólo se encuentra aquí, entre estas hojas otoñales, aunque todavía tengo la esperanza de encontrar un quimono que refleje, exactamente, esta intensidad de colores, de sombras y de brillos. Ni en las mejores tiendas de quimonos de Karasuma he logrado encontrar esa luminosidad, esa sobriedad, ese despertar de los sentidos que es el otoño en Kioto. Noviembre es el mes del color de la sangre, el mes del color rojo, en la ciudad de Kioto… Y curiosamente, es también el mes de mi cumpleaños.
Cruzo el templo Yasaka y, aunque siento en mí la tentación de tocar la campana y rezar, al final me echo para atrás. No puedo perder ni un minuto más. Ya he gastado demasiado tiempo sentada en el parque, viendo la tarde caer, soñando. No quiero ni pensar qué dirán en casa, tú siempre con tus cuentos, y es que ya llego tarde. Me dirijo, decidida, a la calle Shijô que se alza ruidosa y pretenciosa ante mí: un hervidero de ciudadanos, luces de neón, bares de karaoke, salas de pachinko y tiendas de omiyage para los turistas. Kawaramachi es el centro de diversión de Kioto, el lugar donde la más vieja tradición que inunda las calles de Gion y la actual diversión que toma forma de bares, discotecas y centros comerciales se entremezclan sin igual. Cuesta comprender cómo puede existir, de forma tan natural, de forma tan brutal, un pequeño templo en medio de tanto murmullo; cómo puede existir una callejuela repleta de geishas y casas de té entre tanta luz de neón; cómo puede ser que una ciudad mezcle, de tal manera, polos opuestos de su historia. Pero así es Kioto y es justamente esto lo que cada día me enamora más y más de esta ciudad. Llegué a Kioto cuando todavía era una chiquilla. Enamorada de aquel personaje que una vez descubrió la fama, enamorada del apuesto Genji, quise recorrer cada uno de los recónditos espacios de la ciudad, quise tocar cada piedra que él, con sus manos suaves pero robustas, había tocado tantos siglos atrás en ese mundo imaginario que es el de la literatura. Quise respirar su mismo aire, oler el rastro de su perfume que la ciudad, a través de los siglos, había conseguido hacerse propio. Y así, de esa manera, Kioto se convirtió en mi amante, un amante silencioso, siempre dispuesto y placentero. Un amante que cada otoño lloraba lágrimas de sangre por su amada, pero que cada primavera resucitaba y se bañaba conmigo entre flores blancas y rosadas. Pasear por sus calles, escondida debajo de esta ropa occidental, siempre me había resultado de lo más excitante. Con el paso de los años, la rigidez parecía haberse aflojado un poco y la sociedad ya no se mostraba tan exigente conmigo, pero aún y así, me gustaba mantener ciertas cosas en secreto. Me gustaba corretear por ahí, fantasear, soñar e imaginarme en un cuento. Disfrutaba pensando que si en casa supieran de mi doble vida, si supieran de mis salidas a escondidas, mis ropas occidentales y mi música alternativa, mi reputación caería en picado, como antaño les pasó a tantas otras. La adrenalina que se desprende del cuerpo al vivir un secreto es el aire de mi juventud. Una juventud que quiero mantener a toda costa, que paso leyendo a Murasaki Shikibu, corriendo por los jardines del Palacio Imperial, soñando ser la misma Murasaki; una Murasaki poco real, me atrevería a decir, pero Murasaki de todas formas. Y es que hasta el nombre de tan famosa escritora llena mi estómago de un sutil sabor dulzón: murasaki, violeta, mi color favorito, el color de uno de mis más preciados quimonos, que sólo me permito vestir en ocasiones realmente especiales. Un quimono violeta repleto de pequeñas hojas de colores del atardecer que parecen bailar al son de mi música interior, llenas de vida, jugueteando con el color verde chillón de un obi pesado, pero suntuoso, que lucha por centrar la atención de los ojos que miran. Apresuro mi paso. Entre tanto transeúnte resulta complicado hacerse un hueco y seguir caminando siguiendo tu propio ritmo, ya que a estas horas de la tarde, la calle Shijô está imposible. Cruzo a mi derecha y me adentro por una callejuela estrecha y poco iluminada. Las luces de papel empiezan a encenderse, mientras los bares no dudan en obsequiar al visitante con ese calor, ese olor y ese vaho que inunda la ciudad al anochecer. Intentando hacer el menor ruido posible, no por entrar en secreto sino más bien por no alterar la vida que surge a mi alrededor, deslizo la puerta de madera tallada y entro en casa. Me quito los zapatos y me enfundo unas pequeñas zapatillas. Corro hacia la habitación y medio desnuda, sentada de rodillas frente al espejo, sobre un tatami algo gastado y roído, empiezo a pintarme la cara y el cuello. El blanco sobrio de mi cara resalta sobre el negro de mi pelo y el rojo vivo, casi sangrante, de mis ojos y mis labios. Ayu, mi alma gemela, la hermana que nunca he tenido, mi compañera de fatigas, entra en la habitación y me sonríe. Siempre ha sentido debilidad por mí, por mi habilidad de soñar, por mi capacidad de contar y vivir historias. Kyo-chan, algún día llegaremos tarde de verdad. Siempre me regaña, pero sabe que no tiene nada que hacer, que la batalla está perdida y así, como cada tarde, con su ayuda, termino de prepararme. Sonriendo, nos miramos al espejo. Dos jóvenes de cara blanca, símbolo de una tenue pureza, labios pequeños, como tímidos ante un beso, cejas finamente dibujadas de un rojo de lo más otoñal, cuellos excitantes, que dibujan el placer de la feminidad, quimonos siempre pesados, pero dulces y suaves a la vista. Nos reímos, porque aunque cada día nos miramos al espejo, así, juntas y sonriendo, nunca dejamos de sorprendernos ante nuestra propia belleza. Una belleza de ensueño, una belleza casi falsa, me atrevería a decir, por lo poco real que tiene en ella, pero belleza al fin y al cabo. Ante el grito de nuestra mama-san, que nos da las últimas indicaciones de la noche, nos apresuramos hacia la puerta. Calzamos nuestros okobo, nos despedimos con una sobria reverencia y con el shamisen en brazos, abrimos la puerta y dejamos que el olor de Kioto impregne nuestros quimonos. Caminando apresuradamente por Pontochô, unos gaijin, extranjeros tan altos y fuertes que nos dan hasta miedo, pronuncian unas palabras imposibles de descifrar y nos hacen una foto. Y me doy cuenta, en ese preciso instante, de que yo misma soy Kioto, de que ya formo parte de esta ciudad que tan enamorada me tiene, de esta ciudad que llora sangre y se baña entre flores por mí. Y al cruzar la calle Shijô, por segunda vez este día, este yo tan maquillado y escondido bajo un quimono, no sólo recibe miradas de curiosidad, sino también gestos de sorpresa y palabras de admiración. La calle que antes había luchado por cruzar, ahora se rinde a mis pies, y susurra en mil y un idiomas, palabras que todavía lucho por comprender. “Oh, mirad, una maiko-chan”.

miércoles, 14 de octubre de 2015

"SALMO PLUVIAL" (Leopoldo Lugones)


Tormenta


Érase una caverna de agua sombría el cielo;
el trueno, a la distancia, rodaba su peñón;
y una remota brisa de conturbado vuelo,
se acidulaba en tenue frescura de limón.

Como caliente polen exhaló el campo seco
un relente de trébol lo que empezó a llover.
Bajo la lenta sombra, colgada en denso fleco,
se vio el cardal con vívidos azules florecer.

Una fulmínea verga rompió el aire al soslayo;
sobre la tierra atónita cruzó un pavor mortal;
y el firmamento entero se derrumbó en un rayo,
como un inmenso techo de hierro y de cristal.

Lluvia


Y un mimbreral vibrante fue el chubasco resuelto
que plantaba sus líquidas varillas al trasluz,
o en pajonales de agua se espesaba revuelto,
descerrajando al paso su pródigo arcabuz.

Saltó la alegre lluvia por taludes y cauces,
descolgó del tejado sonoro caracol;
y luego, allá a lo lejos, se desnudó en los sauces,
transparente y dorada bajo un rayo de sol.



Calma


Delicia de los árboles que abrevó el aguacero.
Delicia de los gárrulos raudales en desliz.
Cristalina delicia del trino del jilguero.
Delicia serenísima de la tarde feliz.


Plenitud




El cerro azul estaba fragante de romero,
y en los profundos campos silbaba la perd  

iz.

Leopoldo Lugones fue un escritor, periodista y político nacido en Argentina, en la provincia de Córdoba, el 13 de junio del año 1874 y fallecido en el Tigre el 18 de febrero de 1938. Por parte materna recibió sus primeras enseñanzas literarias, además de una profunda devoción religiosa. Luego de una infancia de diversas y muy frecuentes mudanzas, siempre dentro del territorio argentino, pasó un tiempo alejado de su núcleo familiar para completar sus estudios y más tarde se estableció Buenos Aires, ya habiendo comenzado su camino por el mundo de las letras, tanto en el ámbito periodístico como en el literario. Con respecto a su carrera política, su imagen se vio fuertemente manchada a causa de la conducta de su hijo, conocido como Polo, durante su participación del cuerpo de policía en los tiempos de represión.
La obra literaria de Lugones abarca varios géneros. En primer lugar, podemos nombrar sus poemarios "Las montañas del oro", "El libro de los paisajes" y "Romances del Río Seco", y compartir su poema "De la musa al académico", entre otros presentes a continuación. Por otro lado, sus novelas "Las fuerzas extrañas" y "El ángel de la sombra", y los títulos de tipo ensayístico "Nuevos estudios helénicos" y "La organización de la paz".


domingo, 11 de octubre de 2015

"Cuando la soledad me acompaña"... (Poema)

       
          
Cuando  la soledad me acompaña

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Cuando la  Soledad me acompaña...

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Siento que nadie me conoce, 
que el murmullo del viento se transforma en mi alma
y que las paredes por escucharme silencian sus voces.


Los colores se mezclan en uno,
en el de mis emociones, en donde mas de algunas ocasiones
logran brotar de mí poesía oída canciones.
Se siente el humo, la energia, mi piel, la sangre amada,
cuando la soledad me acompaña,
somos el todo en medio de la nada,
punto fijo al universo, que me observas desde lejos,
mientras versos tejo,
afilando mi espada, mi voz raspada,
el escudo para quien sufre, la trinchera para quien luche,
cuando la soledad me acompaña
me siento indigena, aymara, mapuche,
y aunque muchos no me escuchen, se que les llegara mi bala.
Por que cuando la soledad me acompaña,
fomento merecer; ser quien uno ama.

          

       

"LA LUNA LLENA ENAMORADA" (Leyenda)

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LEYENDA DE LA LUNA LLENA ENAMORADA

               
                                                                           
         

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Cuenta una leyenda que una noche
De luna llena la luna se encontraba
Muy triste se sentía sola a pesar
De tener a su lado las estrellas
Que cada noche le hacian compañía
Ella iluminaba a los enamorados
Les daba esa luz que necesitan para
Que vivieran su amor
Les daba esa magia que ella tiene
Pero ella se sentía sola se había enamorado
De un amor imposible
Cada noche lo veía a somado a su ventana
Ella le daba su luz su brillo
Le mandaba con su luz su amor
Creo que el lo recibía porque
La contemplaba y la miraba con ternura
Ella se sentía cuando estaba con el
Muy feliz solo con ver su mirada
Y cada noche ninguno de los dos
Fallaba a su encuentro
El era poeta y cada noche le recitaba
Un poema lleno de amor
Ella lo recibía llena de felicidad
El hablaba en sus poemas de un amor imposible
La luna siéntiendo sus palabras lloraba
De pena al no poder abrazarlo
Pero los dos se sentía felices
Con esos encuentros de cada noche
 Se mostraban su amor
Ella mandándole su brillo y su luz
Que acariciaban la cara de su poeta
Y el con sus hermosos poemas
La hacia sentir cerca de el
Como todas las leyendas
Quien sabe si algún dÍa
Ese amor podrá hacerse realidad y estar
Algún día juntos
        



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