viernes, 9 de agosto de 2013

Leyendas Argentinas:

LEYENDA DEL CEIBO



Cuenta la leyenda que en las riberas del Paraná, vivía una indiecita fea, de rasgos toscos, llamada Anahí. Era fea, pero en las tardecitas veraniegas deleitaba a toda la gente de su tribu guaraní con sus canciones inspiradas en sus dioses y el amor a la tierra de la que eran dueños... Pero llegaron los invasores, esos valientes, atrevidos y aguerridos seres de piel blanca, que arrasaron las tribus y les arrebataron las tierras, los ídolos, y su libertad. 
Anahí fue llevada cautiva junto con otros indígenas. Pasó muchos días llorando y muchas noches en vigilia, hasta que un día en que el sueño venció a su centinela, la indiecita logró escapar, pero al hacerlo, el centinela despertó, y ella, para lograr su objetivo, hundió un puñal en el pecho de su guardián, y huyó rápidamente a la selva.
El grito del moribundo carcelero, despertó a los otros españoles, que salieron en una persecución que se convirtió en cacería de la pobre Anahí, quien  al rato,  fue alcanzada por los conquistadores. Éstos, en venganza por la muerte del guardián, le impusieron como castigo  la muerte en la hoguera.
La ataron a un árbol e iniciaron el fuego, que parecía no querer alargar sus llamas hacia la doncella indígena, que sin murmurar palabra, sufría en silencio, con su cabeza inclinada hacia un costado. Y cuando el fuego comenzó a subir, Anahí se fue convirtiendo en árbol, identificándose con la planta en un asombroso milagro.
Al siguiente amanecer, los soldados se encontraron ante el espectáculo de un hermoso árbol de verdes hojas relucientes, y flores rojas aterciopeladas, que se mostraba en todo su esplendor, como el símbolo de valentía y fortaleza ante el sufrimiento.






LA LEYENDA DEL GIRASOL



El girasol es una planta muy particular. Tiene flores grandes y doradas que giran buscando quedar frente al sol. Cuenta una leyenda guaraní que la vida de esta planta comenzó en un lugar a orillas del río Paraná, donde vivían dos tribus vecinas. Los caciques de ambas tribus, Pirayú y Mandió, eran muy buenos amigos y sus pueblos intercambiaban pacíficamente artesanías y alimentos.
Un día, a Mandió se le ocurrió unir a las dos tribus.
Para ello pidió en matrimonio a la hija de Pirayú. Pero éste le dijo que eso era algo imposible. Y le contó enseguida que su hija no se casaría con ningún hombre porque había ofrecido su vida al “dios Sol”. como Mandió se enojó mucho, Pirayú trató de explicarle de la mejor manera posible que Carandaí, su hija, desde muy pequeña se pasaba las horas al Sol y vivía únicamente para él, y que por eso los días nublados la ponían triste.
-¡ Esto es peor que un desprecio! -gritó Mandió. Y sin dar tiempo a que Pirayú tratara de calmarlo, alejó prometiendo venganza.
Pirayú se quedó muy triste y preocupado, porque pensaba que su amigo castigaría a su pueblo. Y por desgracia, al cabo de varios días sucedió lo tan temido. Carandaí se desplazaba por el río, contemplando la caída del sol, cundo de pronto vio resplandores de fuego sobre su aldea. Llena de angustia remó con todas sus fuerzas hacia la orilla, pero al saltar a tierra, una trampa hecha con gruesas barras de madera cayó sobre ella y la inmovilizó.
- Ahora tendrás que pedirle a tu dios que te libere de mi venganza – dijo Mandió, riendo con expresión cruel.
¡ Oh, Cuarahjí, mi querido sol - susurró Carandaí -. ¡ No permitas que Mandió acabe conmigo y  con mi pueblo! ¡ No lo permitas!
Casi no había terminado de hablar, cuando Cuarahjí envió a la joven un remolino de potentes rayos, que la envolvieron haciéndola desaparecer de la vista de Mandió.
Y en el lugar donde había estado Carandaí brotó una planta esbelta, con una flor dorada que, siguió siempre, con su cara al cielo, los derroteros del  sol.   





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